quarta-feira, 1 de janeiro de 2014

CONSERVADOR, VARGA LLOSA ELOGIA SOCIALISTA URUGUAIO

Premio Nobel de literatura, Mario Vargas 


Llosa destaca reformas de José Mujica


El premio Nobel de literatura peruano, Mario Vargas Llosa, ponderó las reformas “liberales” que llevó adelante el gobierno de José Mujica durante el año 2013. Destacó el matrimonio gay y la legalización de la marihuana. En ese marco expresó su deseo de que otros países de la región “sigan el ejemplo”.

Martes 31 de diciembre de 2013 | 23:00

Mario Vargas Llosa, ponderó las reformas “liberales”  que llevó adelante el gobierno de José Mujica durante el año 2013.
Vargas Llosa publicó el pasado domingo un artículo en El País de Madrid, bajo el título: 
“El ejemplo uruguayo”.
En el artículo, el autor de “La ciudad y los perros”, se refiere a que bajo el “perfil demo-
crático y liberal, Uruguay se ha convertido en el primer país del mundo en cambiar radi-
calmente su política frente al problema de la droga”.
A continuación el texto completo del artículo del escritor peruano, Mario Vargas 
Llosa.

“El ejemplo uruguayo”

La libertad tiene sus riesgos y quien cree en ella debe estar dispuesto a correrlos. Así lo 
ha entendido el Gobierno de José Mujica al legalizar la marihuana y el matrimonio gay. Y 
hay que aplaudirlo.
Ha hecho bien The Economist en declarar a Uruguay el país del año y en calificar de ad-
mirables las dos reformas liberales más radicales tomadas en 2013 por el Gobierno del 
presidente José Mujica: el matrimonio gay y la legalización y regulación de la producción, 
la venta y el consumo de la marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la libertad, hayan sido 
adoptadas por el Gobierno de un movimiento que en su origen no creía en la democracia 
sino en la revolución marxista leninista y el modelo cubano de autoritarismo vertical y de 
partido único. Desde que subió al poder, el presidente José Mujica, que en su juventud 
fue guerrillero tupamaro, asaltó bancos y pasó muchos años en la cárcel, donde fue tor-
turado durante la dictadura militar, ha respetado escrupulosamente las instituciones de-
mocráticas —la libertad de prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de par-
tidos políticos y las elecciones libres— así como la economía de mercado, la propiedad 
privada y alentado la inversión extranjera. Esta política del anciano y simpático estadista 
que habla con una sinceridad insólita en un gobernante, aunque ello le signifique meter 
la pata de cuando en cuando, vive muy modestamente en su pequeña chacra de las 
afueras de Montevideo y viaja siempre en segunda clase en sus viajes oficiales, ha dado 
a Uruguay una imagen de país estable, moderno, libre y seguro, lo que le ha permitido 
crecer económicamente y avanzar en la justicia social al mismo tiempo que extendía los 
beneficios de la libertad en todos los campos, venciendo las presiones de una minoría 
recalcitrante de la alianza.
Hay que recordar que Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los países latinoameri-
canos, tiene una antigua y sólida tradición democrática, al extremo de que, cuando yo era 
niño, se llamaba al país oriental “la Suiza de América” por la fuerza de su sociedad civil, el 
arraigo de la legalidad y unas Fuerzas Armadas respetuosas de los gobiernos constitucio-
nales. Además, sobre todo después de las reformas del batllismo, que reforzaron el laicis-
mo y desarrollaron una poderosa clase media, la sociedad uruguaya tenía una educación 
de primer nivel, una muy rica vida cultural y un civismo equilibrado y armonioso que era la 
envidia de todo el continente.
Yo recuerdo la impresión que significó para mí conocer Uruguay hacia mediados de los 
años sesenta. No parecía uno de los nuestros ese país donde las diferencias económi-
cas y sociales eran mucho menos descarnadas y extremas que en el resto de América 
Latina y en el que la calidad de la prensa escrita y radial, sus teatros, sus librerías, el alto 
nivel del debate político, su vida universitaria, sus artistas y escritores —sobre todo, el 
puñado de críticos y la influencia que ejercían en los gustos del gran público— y la irres-
tricta libertad que se respiraba por doquier lo acercaban mucho más a los más avanza-
dos países europeos que a sus vecinos. Allí descubrí el semanario Marcha, una de las 
mejores revistas que he conocido, y que se convirtió para mí desde entonces en una 
lectura obligatoria para estar al tanto de lo que ocurría en toda América Latina.
Esta política del anciano estadista ha dado a Uruguay una imagen de país es-
table, moderno, libre y seguro.
Sin embargo, ya en aquel tiempo había comenzado a deteriorarse esa sociedad que 
daba al forastero la impresión de estar alejándose cada vez más del tercer mundo y 
acercándose cada vez más al primero. Porque, pese a todo lo bueno que allí ocurría, 
muchos jóvenes, y algunos no tan jóvenes, sucumbían a la fascinación de la utopía re-
volucionaria e iniciaban, según el modelo cubano, las acciones violentas que destruirían 
aquella “democracia burguesa” para reemplazarla no por el paraíso socialista sino por 
una dictadura militar de derecha que llenó las cárceles de presos políticos, practicó la 
tortura y obligó a exiliarse a muchos miles de uruguayos. El drenaje de talento y de sus 
mejores profesionales, artistas e intelectuales que padeció el Uruguay en aquellos años 
fue proporcionalmente uno de los más críticos que haya vivido en la historia un país lati-
noamericano. Sin embargo, la tradición democrática y la cultura de la legalidad y la liber-
tad no se eclipsaron del todo en aquellos años de terror y, al caer la dictadura y resta-
blecerse la vida democrática, florecerían de nuevo con más vigor y, se diría, con una 
experiencia acumulada que sin duda ha educado tanto a la derecha como a la izquierda, 
vacunándolas contra las ilusiones violentistas del pasado.
De otro modo no hubiera sido posible que la izquierda radical, que con el Frente Am-
plio y los tupamaros llegara al poder, diera muestras, desde el primer momento, de un 
pragmatismo y espíritu realista que ha permitido la convivencia en la diversidad y profun-
dizado la democracia uruguaya en lugar de pervertirla. Ese perfil democrático y liberal 
explica la valentía con que el Gobierno del presidente José Mujica ha autorizado el matri-
monio entre parejas del mismo sexo y convertido a Uruguay en el primer país del mundo 
en cambiar radicalmente su política frente al problema de la droga, crucial en todas partes, 
pero de una agudeza especial en América Latina. Ambas son reformas muy profundas y 
de largo alcance que, en palabras de The Economist, “pueden beneficiar al mundo entero”.
El matrimonio entre personas del mismo sexo, ya autorizado en varios países del mundo, 
tiende a combatir un prejuicio estúpido y a reparar una injusticia por la que millones de per-
sonas han padecido (y siguen padeciendo en la actualidad) arbitrariedades y discriminación sistemática, desde la hoguera inquisitorial hasta la cárcel, el acoso, marginación social y 
atropellos de todo orden. Inspirada en la absurda creencia de que hay solo una identidad 
sexual “normal” —la heterosexual— y que quien se aparta de ella es un enfermo o un de-
lincuente, homosexuales y lesbianas se enfrentan todavía a prohibiciones, abusos e intole-
rancias que les impiden tener una vida libre y abierta, aunque, felizmente, en este campo, 
por lo menos en Occidente, se han ido desmoronando los prejuicios y tabúes homofóbicos 
y reemplazándolos la convicción racional de que la opción sexual debe ser tan libre y diver-
sa como la religiosa o la política, y que las parejas homosexuales son tan “normales” como 
las heterosexuales. (En un acto de pura barbarie, el Parlamento de Uganda acaba de apro-
bar una ley estableciendo la cadena perpetua para todos los homosexuales).
La represión no ha funcionado, y el narcotráfico es hoy el factor principal de la 
corrupción en América Latina
Respecto a las drogas prevalece todavía en el mundo la idea de que la represión es la me-
jor manera de enfrentar el problema, pese a que la experiencia ha demostrado hasta el 
cansancio que no obstante la enormidad de recursos y esfuerzos que se han invertido en 
reprimirlas, su fabricación y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las 
mafias y la criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el principal 
factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas democracias y va cu-
briendo las ciudades de América Latina de pistoleros y cadáveres.
¿Será exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producción y el consumo 
de la marihuana? Lo sería mucho más, sin ninguna duda, si la medida no quedara con-
finada en un solo país (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo internacio-
nal del que participaran tanto los países productores como consumidores. Pero, aun así, 
la medida va a golpear a los traficantes y por lo tanto a la delincuencia derivada del con-
sumo ilegal y demostrará a la larga que la legalización no aumenta notoriamente el consu-
mo sino en un primer momento, aunque luego, desaparecido el tabú que suele prestigiar 
a la droga ante los jóvenes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la legalización vaya 
acompañada de campañas educativas —como las que combaten el tabaco o explican los 
efectos dañinos del alcohol— y de rehabilitación, de modo que quienes fuman marihuana 
lo hagan con perfecta conciencia de lo que hacen, al igual que ocurre hoy día con quienes 
fuman tabaco o beben alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar dispuestos a 
correrlos en todos los dominios, no sólo en el cultural, el religioso y el político. Así lo 
ha entendido el Gobierno uruguayo y hay que aplaudirlo por ello. Ojalá otros aprendan 
la lección y sigan su ejemplo”.

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